Según el Instituto Nacional de Estadística, las ceremonias de hoy en día siguen celebrándose, en su mayor parte (hasta un 78 por ciento), en el semestre que discurre de abril a octubre, con especial incidencia en los meses de julio y septiembre, seguidos de junio, octubre y mayo respectivamente.
Los meses de invierno quedarían en segundo plano, la temporada baja, con un top 3 de afluencia inversamente proporcional al verano: enero, febrero y diciembre son los meses en los que menos nos casamos los españoles, dando siempre razones de peso «el clima».
Es precisamente en los períodos de entretiempo cuando las parejas suelen tomar partido por una u otra temporada. Las oscilaciones entre la temporada alta y baja tienen así mucho que ver con los ajustes de presupuesto de los novios, y, por extensión, con las medidas macroeconómicas que normalmente afectan a la estabilidad de los precios. Lo que vayamos a pagar por cubierto cambiará poco o nada dentro de un mismo nivel calidad-precio (ya nos casemos en agosto o en abril).
Sin embargo, la decisión de alquilar un espacio en temporada baja puede suponer una jugosa rebaja en la factura total de la boda. Las recomendaciones a la hora de decidirse por una temporada u otra en función de los precios: planificar con tiempo suficiente para comprobar meticulosamente todos los precios del mercado, comprobar personalmente la calidad del producto que ofrecen los proveedores, cerrar precios con antelación, revisar todas las cláusulas antes de firmar un servicio, y fijarse en detalles más esquivos, como los extras de la luna de miel, las marcas de la barra libre, los horarios o los servicios en sala durante el convite.